La Cueva de los Canarios.
Yacimientos arqueológicos de La Isleta.


CUEVA DE LOS CANARIOS.
                             YACIMIENTOS ARQUEOLÓGICOS DE LA ISLETA. GRAN CANARIA.

 Indice:
• Descripción, ubicación y posición geográfica.
• Conservación actual.
• Historia.
• La necrópolis.
• Uso probable del conjunto troglodita: “Cueva de los Canarios”
• Agradecimientos.
• Bibliografía consultada.

                                  1. DESCRIPCIÓN, UBICACIÓN Y POSICIÓN GEOGRÁFICA.

 Hace bien poco pude visitar —con el tiempo e interés suficientes— acompañado de un nutrido grupo de personas tanto o más interesadas que yo en el lugar; además de la inestimable ayuda que como guía nos brindó el escritor, historiador, investigador y divulgador don Juan Carlos Saavedra Guadalupe; uno de los yacimientos arqueológicos más cercanos a la capital isleña que no solo sorprende por el estado en el que se encuentra, sino también por su extraña ubicación, teniendo en cuenta la morfología geografía de la zona un el tiempo en el que, este entorno (apartado de los núcleos poblacionales isleños de la época de —los más cercanos a este primero hallados en la zona comprendida por el Barranquillo de Don Zoilo, Cuevas de la cuesta de Mata y el Barranco del Guiniguada—) debió de ser utilizado por antiguos pobladores de Gran Canaria.
Me refiero al complejo de Cuevas de los Canarios, en la cima de la Montaña de El Confital en zona de La Isleta, un conjunto de varias cuevas artificiales, dos de ellas de habitación de grandes dimensiones y muchas otras excavaciones realizadas por la mano del hombre en la pared volcánica de la montaña y a las cuales se les puede atribuir distintos usos: Corrales para un ganado poco numeroso, silos para almacenar grano, huecos para utensilios, herramientas y enseres variados.

El conjunto en sí, consta de tres plataformas diferenciadas de las cuales, la plataforma central es la que aparece mejor fabricada y que por tanto (dado el tamaño de las habitaciones y la distribución del resto de los huecos) debió de convertirse en el espacio principal para la vida cotidiana de sus habitantes.
Se encuentra, como dije, en la zona más alta de la Montaña de El Confital, orientada en posición sur— sureste (curiosamente con la misma orientación que guardan muchos de los graneros colectivos de la isla: Cenobio de Valerón, Cuevas de la Audiencia…etc) al abrigo de los vientos predominantes y abierta a un tremendo acantilado que se precipita casi 120 metros sobre la explanada de “confite” (material geológico ligero y de color amarillento del cual, por combustión y calcinación a grandes temperaturas en hornos especializados se extrae el óxido cálcico; comúnmente conocido como cal, muy utilizada en la isla durante siglos) que se extiende hasta la orilla del Atlántico.
A pesar del tamaño del complejo –con dos grandes cuevas de habitación y otras muchas más pequeñas, además de silos excavados—, continúa siendo un misterio la forma en que los habitantes del lugar (que en base a las proporciones del yacimiento hace suponer que no debieron de ser demasiado numerosos) se abastecían de agua potable dada la tremenda distancia que existe entre la zona en cuestión y los barrancos provistos de corrientes, fuentes o bolsas de agua; teniendo en cuenta además que, por entonces, el istmo se componía por un tremendo arenal donde el trasiego se hacía más que penoso a través de dunas de varios metros y que, en no pocas ocasiones, la unión de las mareas de ambos lados del mismo acababan dejando completamente aislada la zona de La Isleta del resto de la isla.

       CUEVAS DE LOS CANARIOS. MONTAÑA DE EL CONFITAL.-Las Palmas de Gran Canaria.



                                                       2. CONSERVACIÓN ACTUAL.

El conjunto se encuentra en la actualidad en un estado de abandono que sin embargo no llega a ser deplorable. El escaso interés que generó durante siglos a los habitantes de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, propició que, durante un extenso período de tiempo, el yacimiento se mantuviese en estado casi original, aunque en los últimos años y dado el interés que ha vuelto a despertarse en cuanto a este conjunto habitacional, se hace evidente la acción perversa del hombre sobre la zona: Basuras, cuevas ahumadas, reutilización de los espacios como cobijo para indigentes y ganados cuyos restos pueden encontrarse en el interior de varios de los habitáculos, etc; por todo lo cual, el Cabildo de Gran Canaria decidió emprender una serie de actuaciones en la zona a fin preservar y mejorar tanto el entorno como el acceso a la misma:
Limpieza, señalización y vallado con la participaron el Servicio de Limpieza de Playas del Ayuntamiento capitalino y Policía Local. Además se ha procedido al vallado provisional de las cuevas de mayor tamaño, para evitar, como ocurrió en el pasado, la ocupación indebida de las mismas y garantizar así su limpieza y conservación. Asimismo, se ha instalado un panel informativo dando cuenta de la importancia de este yacimiento arqueológico, uno de los más importantes del municipio. En ese sentido, el consejero insular de Patrimonio Histórico y Cultural, Larry Álvarez, ha anunciado la puesta en marcha de un proyecto de mayor alcance para la instalación de nueva señalética y la instalación de quitamiedos que faciliten un tránsito seguro para los caminantes, de forma que el yacimiento, situado en un lugar excepcional, pueda ser visitado y disfrutado por habitantes y turistas.
A día de hoy sin embargo, debo admitir que el vallado del camino de acceso se me antoja irrisorio e insuficiente, —dado que se limita a la colocación de pequeñas vallas, inseguras y de una endeblez manifiesta— a tramos escogidos del camino y no precisamente en los que se corre mayor peligro de resbalar y caer al vacío desde aquella eminencia. La ausencia de pasarelas que comuniquen el yacimiento con la entrada al mismo imposibilita el acceso de personas mayores o de edad avanzada (como pude comprobar personalmente puesto que en el grupo había algunas de ellas que no se atrevieron a aventurarse por el peligroso sendero) como también a personas de movilidad reducida y o con problemas de vértigos. En cuanto a la cartelería explicativa, esta se atiene a un sólo panel en el que de manera muy escueta se describe el entorno que se pretende a visitar.



                    Las imágenes superiores denotan la dificultad del sendero de acceso al Yacimiento.

 Vista de la primera de las plataformas habitacionales.

Desde el yacimiento, se domina el istmo y la mayor parte de la capital hasta la zona de la Montaña de Bandama y Telde hacia el sur y la totalidad de la plataforma norte de la Isla hasta la montaña de Gáldar; además que la vertiente nor— noreste del macizo central y las medianías. Las vistas desde el complejo son por tanto impresionantes y a pocas personas pueden dejar impasible. Desde la cúspide se observan también – en la base del Confital— los restos de las antiguas salinas de la isleta, cuya explotación fue manifiesta hasta finales del año 1956 siendo su producción media en torno a las 120 toneladas anuales de sal marina.

Salinas de La Isleta. En la fotografía se muestra el estado de las mismas durante mediados del siglo XX.(Foto FEDAC)
        Esta imagen muestra el estado actual de completo abandono de las Salinas de El Confital.

Otro importantísimo yacimiento que queda a merced de las inclemencias del tiempo y de la perniciosa y dañina mano de los expoliadores, visible también desde el complejo, es el impresionante conchero semi fosilizado de la especie “Strombus Bubonius”, grandes moluscos marinos provistos de concha, cuya desaparición de las aguas Canarias por causa del enfriamiento de las mismas, se supone en al menos un millón de años.
La mera colocación sobre la lengua de escoria volcánica en la que lentamente se fosilizan los restos de las impresionantes conchas marinas, de una cubierta de metacrilato, cristal u otro material que haga posible la observación de las mismas sin que se puede acceder ni pisotear el yacimiento, preservaría este legado de la era Terciaria de su desaparición total y definitiva.

                  Imagen del Gasterópodo "Strombus Bubonius" perteneciente a la era Terciaria .


                Yacimiento paleontológico Semi-fosilizado de "Strombus Bubonios" en El Confital.


                                                            3. HISTORIA. 

Ya no sorprende – al menos a mí— que sean personas de origen foráneo, quienes se interesen por este tipo de yacimientos en nuestras islas y denuncien además la desidia de ciudadanos e instituciones por su conservación; e incluso la nula explotación cultural o turística que de ellos podría hacerse en aras de granjear para esta isla (y por ende, para el resto del archipiélago) recursos económicos de solidez comprobada en otros muchos lugares del planeta.
Cierto es que, salvo excepciones y ciñéndonos a las metodologías arqueológicas aplicadas en el campo durante aquel tiempo, (nos referimos a los siglos XVIII y XIX) estas personas contribuyeron al expolio de los yacimientos; aunque por otro lado, no es menos cierto que, en base a sus investigaciones, hemos podido arrojar algo de luz sobre la sociedad, medio y cultura de los primeros pobladores de Gran Canaria.
Es en su día el arqueólogo y naturalista de origen francés Sabino Berthelot (Marsella 1794—Sta. Cruz de Tenerife 1880) quien en su publicación: “Antiguedades Canarias” describe el entorno de La Isleta y la importancia y calidad de sus vestigios antiguos. También el antropólogo René Vernau (La Chapelle 1852—París 1938) hace una extensa descripción del entorno de La Isleta, profetizando la más que probable desaparición de sus yacimientos arqueológicos ante la imparable expansión del núcleo poblacional. (“Cinco años de estancia en las islas Canarias”)
Pero es la ciudadana de origen británico Mrs. Olivia Stone, quien en el siglo XIX, (1884) no solo se interesa por este yacimiento, lo redescubre y lo describe con la dignidad y admiración propia de quien muestra interés por la historia y el pasado de los hombres de todas las eras; sino quien pasa además semanas enteras tratando de encontrar otro enorme yacimiento –desaparecido completamente a día de hoy por la expansión de la ciudad hacia la Isleta— como fue la Necrópolis de La isleta.
Su potencial como visionaria sobre los atractivos de la isla para futuras visitas turísticas, la obliga a sugerir la compra de la hoy afortunadamente recuperada “Cueva Pintada de Gáldar” y los terrenos aledaños:

"Le sugerí que la ciudad debería comprar pronto la cueva mientras pudiera hacerse a un bajo precio; que después deberían limpiarla completamente y cerrarla con cancelas por fuera; que si se cobraba una pequeña entrada, digamos, un real (dos peniques y medio), el lugar se podría mantener en buen estado y que se necesitaba alguien que estuviera siempre a mano para que sirviese de guía".

En cuanto al tema que nos ocupa, el referente al yacimiento arqueológico de “Cueva de Los Canarios” Olivia Stone, de su propio puño y letra describe:

“Hoy he empezado a deambular por La Isleta en compañía del Sr. Béchervaise para ver si podíamos encontrar un cementerio guanche del que habíamos oído hablar. 
La Isleta está a tan sólo 20 minutos en coche de Las Palmas, y cabría pensar que los habitantes de la ciudad conocerían todos los detalles interesantes del lugar. Sin embargo, no es así. La ignorancia sobre La Isleta es casi total, y es difícil obtener información fiable. Los españoles que se acercan allí en coche nunca se alejan de la carretera que les lleva al muelle; les traen sin cuidado los guanches, los escenarios de antiguas erupciones volcánicas o la curiosa vegetación, y sospecho que, de alguna manera, ven como una tontería el mostrar interés por este tipo de cosas. 
Antes de abandonar Gran Canaria, visité La Isleta en numerosas ocasiones, y cada una de ellas sólo sirvió para estimular mi interés por nuevas investigaciones. Incluso visto en el mapa, este lugar despierta la curiosidad. La Isleta penetra bruscamente en el mar, rompiendo radicalmente la redondez de Gran Canaria, y quedando conectada con la isla mediante un cuello estrechísimo y de aspecto insignificante. Vista desde lejos, desde cualquiera de los puntos altos de la costa norte de la isla, La Isleta siempre cautiva. Puede ocurrir cuando el cielo está limpio, de un azul brillante, y entonces los cinco o más picos que componen La Isleta se yerguen orgullosos, contrastando con el cielo del norte, con la suave línea blanca que bordea la orilla rompiendo, como si se tratara de un armonioso collar, los áridos pardos de la isla y los azules purpúreos del mar. 
En estas condiciones, la escena posee una serena belleza sujeta, claro está, a esa sensación ligeramente sobrecogedora que siempre produce un paisaje de picos volcánicos. Pero cuando la neblina viene desde el mar y la Isleta, atrapando las espumosas olas, queda alternativamente expuesta y velada, lo salvaje del perfil y el escabroso contorno de las montañas, bajo un cielo sombrío, crean un paisaje austeramente sublime. 
La arena de las dunas del estrecho istmo es de un blanco deslumbrante y, en este momento, se desplaza con el viento hacia la isla principal. Este cuello de arena resulta aún más extraordinario porque no hay arena en la parte de la Isleta donde se une a la cabeza, ya que el terreno allí está compuesto por picón y escorias volcánicas, totalmente desprovisto de cualquier tipo de tierra, al igual que tampoco la hay en la parte de la isla de donde arranca. La arena forma colinas, valles, pequeñas mesetas y llanuras cuya extensión, cuando uno empieza a caminar sobre ellas, parece mucho mayor de lo que cabría suponer, vistas desde lejos. Las únicas casas que hay en la Isleta son unas pocas agrupadas al sureste, que forman mayormente una sola calle que conduce al muelle y termina en él. Cuando el puerto de refugio esté terminado, este muelle, que en la actualidad es bastante corto, tendrá una longitud considerable. 
La cima de uno de los picos volcánicos del norte está coronada por paredes blancas y la torre del faro. Más hacia el sur, sobre otro pico, se encuentra el puesto de vigilancia y la estación de señales para los barcos —una casita blanca con un asta de bandera. 
Pasamos junto a una cantera a la izquierda, de la que están extrayendo granito duro de debajo de la lava para las obras del puerto. Tras despedir nuestro vehículo al comienzo del muelle, seguimos avanzando e inmediatamente dejamos atrás la última casa y nos encontramos ante una zona completamente desierta. En la Isleta no hay agua potable, y cada gota de agua para beber o para lavarse hay que traerla de la isla. El trabajo que esto conlleva es enorme y resulta sorprendente, e incluso increíble, que no se haya tendido hace años una tubería que traiga agua potable hasta aquí. En lugar de ello, las mujeres y los niños tienen que recorrer diariamente —a pie y penosamente— la carretera polvorienta que sale de la Isleta, llevando vasijas de barro sobre la cabeza, y volver por el mismo agotador camino, completamente cargados. Los que se lo pueden permitir, tienen un carro tirado por un burro y barriles para el agua. La pérdida de tiempo, la fatiga y, sobre todo, la suciedad y, por consiguiente, la enfermedad que genera este método terriblemente tedioso de obtener la primera necesidad vital, resultan espantosos de contemplar. Antes de iluminar las calles con luces incandescentes, antes de permitirse el lujo de un puerto de refugio, un gran teatro de la ópera y un cable telegráfico europeo, creemos que una ciudad como Las Palmas, bien construida y de grandes edificios, debería haber provisto a este suburbio de esta necesidad, básica para la salud y el saneamiento. Siempre constituirá una vergüenza para Gran Canaria el haber dejado a La Isleta sin agua durante tanto tiempo, pero confío en que no pasará mucho tiempo antes de que esta importante omisión quede subsanada. No se puede decir como excusa, que no se puede conseguir agua. Desde la ciudad, la ligera pendiente podría hacer llegar el agua a la Isleta o, si esto no se considera lo más adecuado, hay muchísima agua, como hemos visto con nuestros propios ojos, en el barranco Guanarteme, que se encuentra bastante cercano al lugar donde el istmo se une a la isla.” 

Tras esta pormenorizada descripción del entorno y de la denuncia que hace hacia las condiciones en las que vegetan los pocos habitantes de La Isleta, Olivia Stone escribe maravillada: 

"Qué maravillosa debió ser la erupción que causó todo esto! Poder haber visto el pico derramando su contenido como una espesa melaza, haberlo observado mientras descendía hasta el mar, chisporroteando, bullendo y elevando, de vez en cuando, pequeñas columnas, que ahora son cortas protuberancias dentadas formadas por bloques de lava de ocho, diez o veinte pies de altura, y haberse quedado luego a ver cómo se enfriaba aquella masa, que fluía como un río, y observarla construyéndose y agrietándose con un ruido ensordecedor y crepitante, formando infinidad de ligeras piedras de ceniza. Incluso en la actualidad, la tensión existente en algunas de estas burbujas no se ha liberado, porque es evidente que la lluvia que hemos tenido recientemente ha hecho que se agrieten y desplomen más burbujas. 
Vimos grietas y cuevas recientes con piedras débilmente pegadas al techo, prestas a caerse al más ligero toque.” 

Sobre el redescubrimiento de Las “Cuevas de Los Canarios” por parte de la ciudadana británica Olivia Stone describe: 

“Partimos a ver las cuevas de las que nos han hablado. Nos dirigimos hacia la costa oeste de La Isleta por la ruta más corta, y en diez minutos hemos bajado hasta la orilla. Hay un sendero bastante bueno y pronto podemos divisar, en lo alto de los acantilados, las entradas de las cuevas que buscábamos. Una vez bajo ellas, comenzamos a ascender, no sin cierta dificultad, ya que el acantilado es muy empinado. En el camino, encontramos trozos de cerámica antigua y gran cantidad de lapas más otras clases de conchas que llevan tiempo allí. Las cuevas se encuentran a 260 pies sobre el nivel del mar, y el conjunto está compuesto por dos cuevas principales y una serie de cuevas más pequeñas. Medimos una de las más grandes. Tenía 22 pies de largo y 16 de ancho, y 9 pies de alto, con una entrada más o menos cuadrangular. Cerca de la entrada, en el lado derecho, habían hecho un pequeño hueco en el suelo, que quizás utilizaban como lecho. Aquí encontramos un ejemplar de la planta Heliotropium Europaeum de sólo una pulgada de altura, que estaba en flor."


                             Yacimiento de Cueva de los Canarios. La Isleta. Gran Canaria.


                                                      4. LA NECRÓPOLIS.

Su singladura por La Isleta continúa con una ferviente búsqueda de la a día de hoy desparecida Necrópolis Canaria y del estado en el que éste se encuentra, a su llegada –aunque con evidentes signos de profanación en numerosas tumbas— prácticamente similar a como había permanecido durante siglos:
      Necrópolis de la Isleta. Fotografía de Harris Stone. (FEDAC)

“De este modo, guiados personalmente, por decirlo así, por representantes de lo nuevo y de lo antiguo, llegamos a una suave pendiente en aquel terreno cubierto de cenizas volcánicas, e inmediatamente me di cuenta de que estábamos realmente en medio de un cementerio guanche. Por todas partes había montículos de piedras volcánicas ligeras, algunos bastante perfectos e intactos, pero la gran mayoría en diferentes estados de deterioro. La mano del expoliador se notaba por todas partes y si se sigue profanando a este ritmo, en muy pocos años habrá desaparecido este interesante testimonio de una raza extinta. En un lugar vemos un montículo medio derrumbado, aparentemente abandonado al ver otro más atractivo; en otro, una estrecha zanja de unos dos pies de ancho y seis pies de largo, las paredes forradas interiormente con piedras volcánicas planas, prueba que el montículo ha sido retirado y los huesos extraídos; en otro más, han practicado una pequeña abertura en un lateral del montículo, por donde se puede ver, en el interior, el blanco esqueleto de un guanche, completa y horriblemente estirado, aunque sin cráneo; en otro más, hay un montículo con uno de sus extremos derrumbado y los huesos esparcidos, lo que demuestra que sólo lo han expoliado por maldad. Como sucedía en Agaete, en todos los casos el cuerpo había sido depositado en una zanja estrecha, un poco por debajo del nivel del suelo, rodeado de grandes trozos de lava planos, semejantes a losas, sobre los que se había construido cuidadosamente un montículo con piedras de lava. 
En ninguno de los montículos había piedras rojas, por lo que, en este sentido, el cementerio de la Isleta es distinto al de Agaete. Sería interesante saber quiénes eran las personas dignas de llevar piedras rojas sobre sus montículos funerarios y por qué, en cuanto a esto, existían diferencias entre los canarios del norte y los del oeste. Los montículos tienen diferentes tamaños y formas y, aparentemente, no se han construido siguiendo un modelo concreto, siendo la única característica común que los laterales son como paredes hasta una altura de unos cuatro pies, hechas con grandes piedras volcánicas cuyas superficies casi planas han sido cuidadosamente colocadas hacia adentro.
La parte alta de los montículos está formada por piedras más pequeñas que han sido arrojadas sobre ellos, dejándolas donde caían pero conformando, de forma natural, una estructura más o menos baja y piramidal. Las piedras más cercanas al cuerpo habían sido seleccionadas cuidadosamente porque tenían una superficie grande y plana. Una, muy grande, muestra que eran, en realidad, piedras curvas. Una de las superficies es áspera y de aspecto esponjoso, mientras que la otra tiene una estructura más compacta, lisa y ligeramente cóncava. Provenían de las burbujas del río de lava, muchas de las cuales aún pueden verse en la Isleta. Estas cuevas pequeñas presentan normalmente una abertura donde se han desprendido trozos del techo al resquebrajarse. Al mirar en el interior de estas cavidades naturales del terreno, se ve que el techo está formado totalmente por lava lisa, completamente resquebrajada. No sería difícil arrancar y llevarse los trozos que las componen. Estas piedras de lava son mucho más ligeras de lo que su aspecto sugiere, y es posible acarrear un trozo inmenso y de aspecto sólido que, a primera vista, parecería imposible de levantar. Medí dos tumbas a las que pude acceder porque los montículos habían sido parcialmente desmantelados. Una la escogí por su aspecto poco importante, y la otra porque era, si no la mayor, una de las más grandes del cementerio. La primera tenía una anchura de quince pulgadas y a sólo un pie por debajo del nivel del suelo, con los dos bordes de las piedras que cubrían el cuerpo apoyados a ambos lados sobre el suelo. Medía seis pies y seis pulgadas de largo y se le había dado una forma más o menos cuadrada en ambos extremos. La otra tumba había sido cubierta con un montículo circular de gran tamaño, y se encontraba en dirección norte—sur. Habían derribado las piedras del extremo norte, dejando la tumba a la intemperie, y habían extraído, como de costumbre, el cráneo, aunque quedaban las costillas, las vértebras, los fémures y unos cuantos huesos pequeños, de los cuales, dado su gran tamaño y lo marcado de las prominencias donde se insertaban los músculos, se deducía que se trataba de un hombre alto, bien formado y muy fuerte, probablemente un poderoso guerrero, tal vez un rey. Pude penetrar en la tumba y me encontré con una cámara forrada con enormes trozos planos de piedra volcánica y techada con otros de forma cóncava. La tumba tenía, por tanto, una forma abovedada, pero de siete pies de largo y con los extremos redondeados, no cuadrados como en la tumba más pequeña. La altura desde el suelo plano hasta el punto más alto del techo era de tres pies y nueve pulgadas, y la tumba tenía veintidós pulgadas de ancho. Me fijé en la dirección en la que habían colocado los cuerpos en la tierra y pensaba que los guanches enterrarían de este a oeste, pero descubrí que no era así, ya que la primera zanja estrecha que vi iba de norte a sur. La siguiente iba de noreste a suroeste, y otras que examiné estaban dirigidas hacia todos los puntos cardinales. De las cincuenta o sesenta (El examen detallado de todas estas tumbas no se completó, evidentemente, en una sola tarde. Pasé muchas horas allí en distintas ocasiones para poder determinar la dirección de las tumbas.) tumbas que examiné, había más en dirección norte—sur que en cualquier otra dirección.
El hecho de que el capitán Glas afirmase en 1764 que los canarios enterraban a sus muertos con las cabezas hacia el norte y, más tarde, los Sres. Berthelot y Webb dijeran que los enterraban hacia el este y el oeste, probablemente se debe a que sólo llevaron a cabo un mero examen superficial o que se basaron en información oral. Tomadas conjuntamente, estas afirmaciones son correctas; por separado son, indudablemente, incorrectas. Si los guanches pretendían enterrar a sus muertos con una orientación concreta, eran de los más descuidados en su forma de hacerlo. Mi inspección de los cementerios de Agaete y la Isleta, la disposición de los montículos y el cuidadoso examen de las tumbas abiertas me han convencido de no seguían ninguna orientación en particular. Aquí, al igual que en Agaete, la gran diferencia entre el tamaño de los montículos era lo más destacado. Los mayores eran hasta seis veces más grandes que los más pequeños. Algunos de los grandes, en lugar de tener la habitual forma oblonga, eran circulares. Para hacerme una idea del número de tumbas, conté los montículos funerarios que se podían divisar desde un lugar elegido al azar. Pude contar sesenta. En total, debía haber varios cientos de montículos en este cementerio. Tantos montículos han sido expoliados —yo diría que no quedan ni veinte en perfecto estado— que, de no haber visto los ejemplares intactos de Agaete, no habría podido discernir tan fácilmente los detalles de su estructura externa. 
El terreno, la situación y las piedras tienen unas características similares a las del cementerio de Agaete. A los guanches debió gustarles que los enterrasen cerca del mar, tan cerca que la espuma marina pudiera caer sobre sus montículos funerarios cuando hubiese tormenta. La elección de este terreno tan poco atractivo, compuesto en su totalidad por las piedras más toscas que es posible encontrar en un terreno volcánico, podría tal vez deberse a la singularidad del lugar, a la gran diferencia existente entre él y el terreno que lo rodea. Es muy probable que estas pequeñas y curiosas manifestaciones de una furia volcánica pasada adquiriesen importancia religiosa a los ojos de los guanches. Podría ser que ellos no observasen estas curiosidades de la naturaleza con temor, sino como algo especialmente relacionado con el gran Dador de toda bondad, a cuya custodia no temían confiar todo lo que había de perecedero en sus hermanos y hermanas muertos. Porque el hecho de que creían en una vida en el más allá es evidente a la vista del cuidado con que enterraban a sus muertos, de los cuerpos momificados que se han encontrado en cuevas y de la gran cantidad de utensilios y comida encontrados junto a los restos y en las cuevas funerarias. Por supuesto que también se podría sugerir que, dada la sobrepoblación de la isla, la tierra que se podía utilizar para el pastoreo era demasiado valiosa para destinarla a fines funerarios o, aún más, dado que no se conocían las herramientas para cavar, este terreno cubierto de rocas volcánicas permitía métodos sencillos de sepultura. 
Mientras estamos sentados sobre el montículo en ruinas que en su momento albergara todo lo que de terrenal tenía un guanche, podemos ver, desde esta ligera elevación del terreno, el estrecho cuello del istmo de La Isleta, con el mar espumante a ambos lados. La arena tiene un aspecto blanco y deslumbrante desde esta distancia, relumbrando al calor del sol del mediodía. Más allá, sólo un paisaje monocromático, pardo y seco, de elevadas montañas, ya que no estamos mirando hacia donde se encuentra la blanca y brillante ciudad de Las Palmas. Esos perfiles, que contrastan con el cielo, son muy abruptos y salvajes, una masa comprimida de riscos, aristas serradas y protuberancias dentadas. El sereno cielo azul sobre nuestras cabezas, el mar azul intenso que nos rodea y el silencio infinito que todo lo cubre, constituyen un marco de calma adecuado para lo salvaje del paisaje. Tal como está hoy este paisaje, lo estaba cuando las comitivas funerarias subían serpenteantes desde la isla principal atravesando la ruta arenosa del istmo o bajaban desde las cuevas altas de La Isleta.
Una persona inteligente no puede permanecer impasible en este lugar. A nuestro alrededor, en todas direcciones, se encuentran diseminados los montículos testigos de una raza que hace tiempo vivió en la isla y que ha desaparecido totalmente de la faz de la tierra. Resulta extraño estar observando este cementerio, ¡sí, observando los verdaderos huesos de un pueblo ya desaparecido! “ ¡Cuántos corazones sangrantes han hallado la morada bajo estos altozanos, sobre los que planean las gaviotas! “ Ver un cráneo en un museo, observar un enorme montón de huesos de una raza extinta, sólo produce agotamiento tanto en la vista como en la mente, pero ver los restos de una nación colocados naturalmente, tal y como los colocaron sus propias gentes, en su entorno y clima naturales, despierta curiosidad e inspira simpatía. Nos preguntamos qué ritos se habrán celebrado en este lugar durante los numerosos enterramientos que han tenido lugar a menos de cien yardas a nuestro alrededor; qué tipo de ceremonias; quiénes acompañaban al cadáver hasta la sepultura; si había sacerdotes presentes en los funerales; cómo iban vestidos los acompañantes; sí los tristes lloros de los dolientes resonaban en las montañas, obligando a las aves de paso a desviarse de su rumbo; quiénes eran las cariñosas manos que apilaron esas piedras de significado oculto y que ahora se alzan con un silencio elocuente. No podemos responder ninguna de estas preguntas y , con toda probabilidad, muchas de ellas quedarán para siempre sin respuesta. “ Todo ha desaparecido— Todo— excepto los montículos de tierra que cubren sus huesos.” No existe literatura guanche, su única representación son unas cuantas rayas marcadas sobre unas piedras; las crónicas de los conquistadores españoles son demasiado egoístas y parciales, aunque en algunos sitios podemos leer entre líneas. Pero lo que sí sabemos es que aquí se han derramado lágrimas, que aquí se han experimentado, una y otra vez, penas tan hondas que no hay palabras para expresarlas, ya que es incuestionable que los guanches eran una raza amante y amable. 
Creemos que esta tierra es tan sagrada como cualquier otra que haya podido pisar un obispo, ya que tiene que haber sido testigo de mucho sufrimiento humano; y ¿quién se atreverá a afirmar que aquí no hubo también alguna esperanza que mitigase la angustia que causa la muerte? Sin embargo, en medio de la muerte se halla la vida ya que, al levantarnos y dar la vuelta, observamos que durante nuestra meditación los dos traviesos pilluelos que habían venido con nosotros han estado afanosamente triturando con dos piedras —hasta reducirlos a polvo— el cráneo y los huesos de un guanche, que habían extraído, irreverentemente y sólo por diversión, de uno de los montículos abiertos. Los huesos han perdido gran parte de su dureza y, o se quiebran al tocarlos, o tienen la consistencia de una galleta húmeda. Reprocharles a los chicos su acto sacrílego, dada la absoluta ignorancia que tienen sobre todo lo referente a la historia pasada de su isla —aunque supiesen algo más, cosa que dudo—, sólo sería una pérdida de tiempo, así que, ordenándoles que abandonen el proceso triturador, partimos a ver las cuevas de las que nos han hablado.”

Obra decir que este noble sentimiento de la ciudadana británica, en nada caló en el alma de los isleños, dado que no sólo profanaron el antiguo cementerio, sino que lo barrieron por completo para sustituir el entorno por construcciones variopintas y sin ningún interés cultural o arquitectónico.
También Sabino Berthelot describe la existencia de más de trescientos túmulos, de forma troncocónica, en el interior de los cuales se conservaban esqueletos envueltos en fibras como el junco, con la posición de la cabeza orientada al norte. El doctor Verneau a su vez, conoce in situ la necrópolis, solicitando posteriormente a don Diego Ripoche la exhumación de los cuerpos, por lo que se profanaron más de 200 túmulos cuyos restos humanos de importantísimo valor, fueron enviados al Departamento de Antropología del Museo de París. 

                            Complejo de "Cuevas de Los Canarios". La Isleta. Gran Canaria.


    4. USO PROBABLE DEL CONJUNTO TROGLODITA: CUEVAS DE LOS CANARIOS.

Sobre su uso, a día de hoy todo son hipótesis. Como reseñé anteriormente: el malpaís en el que el enclave se sitúa, la lejanía del resto de los núcleos poblacionales, la tortuosa barrera de arena que separaba La Isleta del resto de la isla —máxime cuando su trasiego se realizaba a pie descalzo— la cercanía al complejo de la enorme Necrópolis y la evidente escacés de recursos alimenticios, agua potable o incluso pasto para un pequeño ganado; como tanto el tamaño del complejo en general, me hacen suponer que –primeramente— el grupo humano que lo habitó no debía de ser numeroso.
Conocemos además de la solemnidad y respeto que los Antiguos Canarios brindaban hacia los espacios sagrados o de enterramiento y por otro lado, el rechazo que éstos hacían de las personas que de una manera u otra, tuviesen contacto directo con la sangre o con cadáveres; pues numerosas son las menciones que hacen las Crónicas Antiguas hacia esta repugnancia, destinando por oficiales para tales menesteres (carniceros, mirladores, verdugos o enterradores) a personas de la peor calaña, asesinos y otras gentes innobles e inmorales. Este rechazo se hace evidente en cuanto que se obligaba a este tipo de personas a caminar en grupo sin poder juntarse con el resto de ciudadanos de la isla, ni tener trato ni poderles dirigir siquiera la palabra en modo que, si necesitaban algo, debían pedirlo señalándolo con una vara de madera.
No es descabellado pensar por tanto –como mera hipótesis— que el complejo obedeciese a la función de dar cobijo a la clase más despreciada de la población isleña, aunque como digo, esta idea no obedezca más que a propias conjeturas.
El arqueólogo licenciado en Historia y docente d. Jorge Miranda Valerón admite en sus investigaciones sobre el entorno que:
“Los recursos que ofrece este espacio y los testimonios de los aprovechamientos practicados parecen confirmar esta posibilidad, la presencia de un granero, con una capacidad apreciable, la inexistencia por otra parte de fuentes de agua, y el reducido espacio útil para la producción (agrícola o ganadera), hacen complejo cualquier tipo de interpretación. Se podría establecer alguna relación con el aprovechamiento de los recursos naturales (canteras) y/o el que fuera un espacio reservado para el desarrollo de alguna actividad u oficio, repudiado dentro de la sociedad aborigen como claramente se señala en Las Crónicas. Es el caso de los verdugos, que al igual que los carniceros poseían un lugar concreto para realizar su trabajo.” (Jorge Miranda Valerón y Rubén Naranjo Rodríguez, Revista Aguayro n°201/1993).

                      Detalle del complejo "Cuevas de los Canarios". La Isleta. Gran Canaria

Oliva Stone, nuevamente nos da una clara descripción de la zona y de los trabajos que, los antiguos pobladores de Gran Canaria, debían de soportar para trasladar los cuerpos de sus cadáveres hasta la Necrópolis cuando (como se señaló anteriormente) menciona:
“Mientras estamos sentados sobre el montículo en ruinas que en su momento albergara todo lo que de terrenal tenía un guanche, podemos ver, desde esta ligera elevación del terreno, el estrecho cuello del istmo de La Isleta, con el mar espumante a ambos lados. La arena tiene un aspecto blanco y deslumbrante desde esta distancia, relumbrando al calor del sol del mediodía. Más allá, sólo un paisaje monocromático, pardo y seco, de elevadas montañas, ya que no estamos mirando hacia donde se encuentra la blanca y brillante ciudad de Las Palmas. Esos perfiles, que contrastan con el cielo, son muy abruptos y salvajes, una masa comprimida de riscos, aristas serradas y protuberancias dentadas. El sereno cielo azul sobre nuestras cabezas, el mar azul intenso que nos rodea y el silencio infinito que todo lo cubre, constituyen un marco de calma adecuado para lo salvaje del paisaje. Tal como está hoy este paisaje, lo estaba cuando las comitivas funerarias subían serpenteantes desde la isla principal atravesando la ruta arenosa del istmo o bajaban desde las cuevas altas de La Isleta.”

Otra opción es la que defiende la utilidad de dicho complejo como granero colectivo para la población cercana. Sobre este punto, tanto la orientación (similar como ya expuse a la de la mayoría de graneros prehispánicos de la isla en dirección sur— sureste) como su enclave al abrigo de las inclemencias del tiempo y de la excesiva insolación, abogarían a favor de esta tesis. Sin embargo es el reducido tamaño del complejo, como la aparente poca capacidad cúbica de los depósitos y cillas de almacenamiento, e incluso la sempiterna cercanía de la Necrópolis y el largo brazo arenoso que los conciudadanos canarios tendrían que atravesar tanto para entregar, como para recoger el grano almacenado; argumentos suficientes que, quienes difieren de esta idea, esgrimirían contundentemente a su favor.
También se baraja la posibilidad de que el complejo obedeciese a una estación vigía, dado que desde su enclave, se domina gran parte no solo de la isla, sino ambos lados del mar que la rodea. Como dije en un principio, su utilización, a falta de hallazgos concluyentes; se continúa basando en conjeturas.
Únicamente puedo recomendar la visita de este lugar y el respeto al mismo, a sus alrededores y al complejo que, para uno u otro menester fue utilizado por hombres de otro tiempo que caminaron por la misma vereda, acariciaron las mismas paredes y observaron amaneceres y atardeceres sentados en la roca, tal y como igualmente hemos hecho nosotros.

Juan Gabriel Santiago Casañas. 20/01/2014.

Agradecimientos:
• Juan Carlos Saavedra Guadalupe.
• Bilenio Actividades Culturales.

 BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA:
• Antigüedades canarias. —Sabino Berthelot. Sta. Cruz de Tenerife 1980.—
• Libro Blanco: “Las Canteras y la Bahía del Confital” —Varios autores. Cabildo Insular de Gran Canaria—.
• Cinco años de estancia en las islas Canarias. –René Vernau. París 1891—
• Tenerife y sus seis satélites. –Olivia Stone. Cabildo Insular de Gran Canaria. 1995—
• Origen y noticias de sus lugares. –Humberto Pérez.—
• Los bivalvos fósiles de las Canarias orientales. –Anuario de estudios Atlánticos, (MDC)—
• Patrimonio arqueológico canario: La Isleta. –Jorge Miranda Valerón y Rubén Naranjo Rguez. Revista Aguayro nº 201. Caja Insular de Ahorros de Canarias.—
• Cronología y Síntesis de la Conquista de Gran Canaria. –Juan Gabriel Santiago Casañas. Bilenio Publicaciones 2013.—

1 comentario:

  1. Quise terminar de leerlo, pero me come la vista el negro de fondo con las letras blancas. Lástima, parecía interesante.

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